Promesas

Te miento siempre ¿Sabes? Siempre te digo que es la última vez como si yo ni siquiera fuera a pensar en ello nunca más. Como si vetara mi mente y mi piel de pensar en tus lamidas, tus besos y la forma de llegar hasta abajo aunque aún no me hayas probado del todo, aunque aún no te hayas embriagado debajo de mis bragas, con el cáliz de entre mis piernas vertido por tus labios y tu lengua. Me prometí no dejarte acercar a dos centímetros, no mirarte con lujuria ni con el vacío provocador que se forma en mi pupila. Me prometí no deslizar mis dedos por tus finos cabellos negros que se caen en tu cama cuando me desgarras y me aferro con placer de ellos. Me prometí pensar en alguien más y no aplicar perfume en mi cuello y en la mitad de mis diminutos senos para no oler a tentación, para vestirme de soy de alguien más y apestar a culpa y prohibición. Que mis labios se secaran tanto y se volvieran tan delgados que ya no quisieras besarlos por falta de carne, por falta de belleza. Que mis ojos se hundieran en dos agujeros púrpura oscuro y que mis mejillas perdieran el color. Me prometí que te haría prometer no besarme más, no acariciarme con tu lengua, que no le susurrarías a mis pezones historias que nunca se han contado y que tus dedos no volverían a bailar al calor de las brazas internas de mi vientre. Me prometí hacerte prometer no seguir intentando besar mis labios pélvicos, así muera de ganas de que lo hagas y prometí no contarle ni un secreto más a esa brújula que te marca el norte cuando está tan cerca de mi sur.

Me prometo mentir para poner una pared entre el deseo de que me arañes, me muerdas, me sacudas, me pintes de lila y azul con esa violencia hermosa que te brota de los ojos, de las manos y del tic nervioso de tu boca cuando te concentras en mi cuerpo. Me prometí no  jugar contigo con tal de hacerte perder el traje de calma que sueles llevar con elegancia y serenidad, y detenerte de hacerme llover encima y por debajo de ti. Me prometí no probarte más, no darte otra cucharada de mi, no dejarme clavar tus dientes en la espalda aunque quisiera ser tu alimento y desenterrar las partes de tu piel que han quedado entre mis uñas después de haberme vuelto nebulosa en las sábanas arrugadas de tu cama destendida.

Lávalas, y dile a tus almohadas que no me llamen en mis pensamientos mojados de ti. Ayer te dije que era la última vez y hoy tengo el corazón palpitando a toda velocidad en la mitad de mis muslos, pensando en que la última vez debería ser eterna aunque termine y querer más pero con la certeza de que ya fue. Hoy siento que no ha sido, que el poema no está completo y que se me escurren los puntos suspensivos por debajo mi escritorio.

Solo piensa en que me iré. Quizá muy lejos, quizá muy pronto o nunca, o en algún punto, de esos suspensivos, y que para salvarte debes destruirme de adentro hacia afuera, en tu cama, en la mía o en alguna que escojamos a elección de la noche. Me has prometido no tocarme de nuevo hasta que sea tuya de alma y no solo de ganas. Pero, otras piernas, otras nalgas y otras aureolas no saciaran tu sed de vengarte de mi en pretérito, mientras no me tengas más, solo tatuada en el borde de la piel de tu lado izquierdo.

Así que hoy te lo haré yo en palabras, me sentaré encima tuyo con las letras, me penetrarás por párrafos sin puntos ni comas, con muchos acentos y tildes, y de frente solo te veré sonreír sin saber como me hiciste llegar al climax mientras te escribía.

Y se cumplirán todas las promesas del mundo...

Incluso las que nunca quisiste hacer.

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