Un domingo.

Eran las 4:00pm y ella acaba de leer unos cuantos capítulos del libro que devoraba fervorosamente hace algunos días, decidió bañarse a pesar de que el domingo parecía atarle a la cama con cadenas invisibles de pereza y desaliento. En la ducha recordaba la noche anterior con recelo, con decepción, preguntándose que hizo para merecer tan desdichadas horas en su día. ¡Es ésta maldita ciudad! Pensó, en donde lo mejor que se puede monótonamente hacer cada fin de semana es ir a un bar, a un club, bailar y tomar hasta que el cerebro no pueda emitir ni una onda más de razonamientos y quedes por el suelo, vomitando la bilis mientras se te corre el maquillaje y quedas cual mapache perdido, mareado, sin sentido y luego vuelves a vomitar ¡Yo no quiero eso cada ocho días! No quiero arreglarme para lo mismo siempre. Sí, es ésta maldita ciudad la culpable ¿Acaso mis padres no pensaron en mí antes de quedarse enclaustrados aquí? Qué va, esto no es culpa de ellos, ni de sus progenitores, esto es culpa mía por no haberme aún largado de este lugar.

Salió del baño, entro a su cuarto y escogió la ropa más cómodamente desaliñada pero que a la misma vez le hiciera ver bonita, no hermosa, no sexy, no interesante, sólo bonita. Encontró unos jeans bota recta que le llegaban hasta la cintura y una blusa ancha pero que dejaba ver algo de abdomen, ya un poco vieja, unas baletas verdes y la ropa interior menos ajustada que tuviera, odiaba las famosas tangas y no pensaba complacer nunca a un hombre usando unas para él, lo tenía muy claro. Se soltó el cabello y se miró al espejo, le gustaba verse mientras se vestía para saber cuanto debía dejar de comer la semana siguiente, le gustaba ver sus hombros muy delgados y que la clavícula se le marcara debajo del cuello, y aún así no estaba satisfecha, quería más, huesos sobresaliendo aun más debajo de su cintura, sí, eso la haría feliz y sabía que pronto estarían más visibles gracias a su dieta y a los ejercicios diarios, nada podía salir mal. Cuando se encontró totalmente vestida, miro su cara en el espejo y decidió no maquillarse, ¿y si viene él en la noche? pensó, el no viene, no vendrá, me veo ridícula pensando así y me veré más ridícula aún maquillándome, esperanzada haciéndome a la idea de que vendrá y al verme no notará ninguna imperfección y me verá tan hermosa que lo único que hará será mirarme, dejando su bendito celular muy guardado en el fondo de su bolsillo sin preocuparse por quien le escribe o no, porque estará muy ocupado ingeniando maneras para no dejar de besar mis labios, qué tonta. He decidido estar hoy muy natural, sin una pizca de polvos o rubor en mi piel, ¿y si viene? Pues que venga, me ha visto peor, borracha, con el rímel por lo pies y hablando estupideces, un par de ojeras y un toque de palidez del día no harán la diferencia, haré por primera vez como yo quiero, lo que yo quiero aunque de todas maneras, no se aparecerá por aquí, entonces no seré la desabrida chica que recibe a su novio de la peor manera ni la que hace de su relación como ella quiera y todo seguirá igual, como siempre ¡Qué mierda!

Ahogada en sus pensamientos, lo único que hace es adornar su mano izquierda con una fina pulsera, aplicarse una fragancia, no la mejor de todas las que tiene, sólo algo para oler bien, recordar el libro que estaba leyendo y llenarse de un deseo enorme por escribir, desahogar en frases propias la decepción que sentía al seguir ahí, un lugar al cual no pertenece, en donde cada día es igual al anterior, pues es un lugar que se sabe de cabo a rabo, en donde puedes empezar donde termina y terminar donde empieza, dónde cada calle parece una cadena atada al cuello y el viento no trae noticias, ni nuevas ni viejas, parece inmóvil, quieto en el tiempo y el corazón le grita a susurros en el pecho “si no te vas ahora nunca saldrás con vida de aquí” y eso teme, teme morir antes de hacer, viajar, amar, sentir, antes de vivir, y la pregunta retumbante que sus palabras solo saben escribir una y otra vez es ¿Yo por qué diablos sigo aquí?

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