Reflexión en plena turbulencia

Siempre digo que mantendré la fe en las personas, en sus palabras, en sus acciones, que hay esperanza, que todo es posible. Pero, irónicamente, sus acciones y sus palabras son cosas que también me asustan, me dan un miedo increíble, es a lo que más le tengo temor, a que me lastimen. No se a ciencia cierta si todas las heridas que me han causado las experiencias vividas ya se han sanado o siguen abiertas o peor, si hay algún remordimiento o espíritu corto punzante del ayer enterrándose poquito en llagas que están vivamente desconocidas pero que laceran con el mismo dolor a la voluntad, a mi voluntad, y a mi capacidad de seguir encontrando en la humanidad, por el simple hecho de existir, lo que yo quisiera recibir. A veces supongo que soy muy frágil de intención conmigo misma, que ser tan emocional no es para nada una virtud ni en lo más mínimo sino más bien una amenaza enorme, un animal depredador y en estos estados volubles de mi vida me dejo malversar por él, rapiñar el corazón y el alma y en vez de dejar de creer en la gente, dejo de creer en mi. Supongo que es ahí en donde reside el problema. Quizá la fe en los demás no se mantenga intacta pero no se desdeña tanto como la fe en mi misma, en mi capacidad de amarme o en mi capacidad de perdonarme, en mi capacidad de enfrentar las desilusiones y remendarme para seguir sonriendo a las aventuras venideras. 

Si a ustedes les pasa lo mismo, también quizá han de sentir de todas maneras un deseo casi incontrolable por confiar en la tercera persona del singular y del plural. Como que una vocesita interna les pide a gritos encontrar a alguien o varios; acogerlos, abrirles así sea poquito su vida. Es que la necesidad de relacionarse con el mundo es barbara, barata, como una puta parada en la esquina que se va con el que sea, aunque también es bella. Es la necesidad de conocer un mundo distinto al tuyo; eso es como viajar, en el instante en que encontrás a alguien nuevo y te interesa conocerlo, compras un tiquete hacia esa tierra de ideas ajenas a las tuyas, te montas en esa nave que va derechito hacia ese otro universo que rogás desmenuzar y encontrar sinónimo al tuyo. Y no sé si es por la misma falta de creencia en uno mismo, en usted, pero no hay que negar que es reconfortante hallar un receptor más al cual poder contarle esta vida y las pasadas, y un interlocutor al cual escuchar como un niño escucha a su madre contarle cuentos a la hora de dormir.


Siempre digo que mantendré la fe en las personas, en sus palabras, en sus acciones, que hay esperanza, que todo es posible ¿Pero la fe en mi? Sin eso, no existiría la exasperante curiosidad en los demás. Soy un universo infinito, que aún me falta por explorar y cada persona que se tope en mi camino me ayudará a expandirme y a descubrir cada día quien soy.

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