Pensando

A veces he pensado en que he tenido toda la culpa de mis desilusiones por desnudar el alma más rápido que el cuerpo, por poner en bandeja de plata las palabras que no son capaces de quedarse calladas en el mundo de las ideas y retumban sobre mis dedos esperando a ser escritas para morir ante algunos ojos que los lean, agonizando en cada coma o suicidándose con cada punto final. Pienso que he desdeñado mis propias fantasías por el simple hecho de revelarlas con mis ojos, con mi boca, con mi lengua antes de si quiera pensarlas, y que soy yo, la criminal que se imagina historias en la cabeza para causar el homicidio completo de la razón ya envenenada por las emociones incontrolables.


Me declaro entonces culpable porque de otra manera no se ser. Soy fría, soy un hielo cuando quiero ser así, cuando no me calientas ni los dedos de los pies, cuando estás ausente, cuando eres antártico y gélido, pero en la mayoría del tiempo, y mientras cambio de invierno a lo más cálido que haz de conocer, la primavera me florece entre la piel las pasiones que quiero desbocar en una cascada de aguas templadas que te satisfacen mucho más que el paladar. Soy letras, soy cursilerías, soy un mar de sentimientos, un mar embravecido, de olas altas y profundas, un frenesí que se apodera de mi lengua y de mis manos y me deja obvia, despojada de mis estrategias para ser un iceberg. Escribir me desabriga y me ampara a la vez, confundiéndome y haciéndome creer que estoy a salvo, para luego no gustarme, para luego sentirme terrible por haber expuesto mis adentros de esa manera, sin protección, sin un escudo contra críticas o rechazos. Sintiéndome tonta por ser todo lo que no quiero que la gente sepa que soy, una vela derretida, una nube que llueve entre conjugaciones, verbos, exclamaciones, oraciones prolongadas y puntuaciones inexorables todo lo que su estómago voluble y su corazón desatan en palpitares y vacíos gástricos.

—Los señores del juzgado dictan que la acusada es culpable por ser ridículamente sentimental y es sentenciada a guardar silencio y quizá, anonimato en los confines de sus textos.—

¿Callar? ¿Ahí está la solución a no encontrarme nunca a futuro con una posible inexistencia de tu ser espantado para tanta verborrea? Tus palabras me calientan y me cobijan más que tu presencia y recordar los estallidos del verde de tus ojos me desdoblan la voluntad de la quietud por escribir, para desatar ahí lo que por miedo, timidez y una aridez pactada con el presente debido al pasado, mi boca no sería capaz de pronunciar viéndote a la cara, pero que leerías en todos los idiomas mirándome a las pupilas. Ya no sé callar, ni verbal ni fisicamente. Ya no sé disimular ni en enmudecer el alma. Es que hasta los poros de mi piel tienen cuerdas vocales, tú lo sabes, te hablaron a oscuras. Y ni hablemos de mis piernas que hasta cantan.

Soy culpable y seguramente digna de ser encerrada por esperar mucho sin querer esperar nada, pero, no querer tener expectativas es también tenerlas, y yo funciono con la expectativas bien altas, más arriba que el rascacielos que le hace cosquillas al cúmulo de nubes que chubasquean en el camino de tu casa a tu trabajo. 

No te asustes, no te vayas, quédate así sea de lejos. Ojalá te ponga de buen humor que alguien, que yo, importante o no, te escriba mamotretos de cosas. Que me eres bien importante, que me gustas un chorro, y que apaciguas ese mar embravecido para convertirte en un mar en calma que me encanta mirar. No te vayas.

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