Cartas a un (no)desconocido. Pte. 1.

Ya alguna vez fuimos extraños, desconocidos, mudos sin conversaciones comunes a los cuales el universo quiso encajar en un espacio casi que atemporal como dos fichas de un rompecabezas que en la vida supieron de la existencia de la otra pero encajaban justo y a la medida, como cuando dos imanes con sus polos opuestos por conexiones que van más allá de la mera física. Y en esa vez que éramos dos extraños sin conocerse, sin buscarse y sin preguntarse el uno por el otro, sucedió la grata casualidad de una duda que se podía resolver por el otro. A punta de palabras, frases, párrafos, textos, llamadas furtivas y noctambulares, dejamos de ser desconocidos para ser dos amigos cómplices, de historias de vida alegres, tristes, trágicas, de superación, algunas llenas de deseo carnal y tentación y otras solo con ganas de hacer reír a una pantalla que daba más de lo que pedía. Una pantalla, fotografías y dos voces que al final tomaron cuerpos y formas para materializar de frente todo lo que se contaron, lo imaginado y hasta lo impensable, para vivir en 8 días lo que quizá ninguno había vivido en 29 y 23 años, para aprender a ser felices con poquito, con el aire, con las nubes, con el baile, con el mar, con unas sábanas arrugadas y una cama destendida. Abriendo los brazos para abrazar en un saludo lleno de nervios y expectativas y para soltar en una despedida agridulce con incertidumbre y con la alegría de lo experimentado, dejando ir para corroborar todas las teorías e hipótesis que plantean los sabios hablantes de que lo que dejas ir y vuelve, es por qué es para ti. Solo puedo decir  que si alguna vez fuimos extraños y la vida andaba bien, ahora, imagínate lo buena y lo mejor que se va a poner después de habernos conocido.

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