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No lo comprendés. No entendés como una fémina de una frontera lejana y dichos peculiares, te calienta la sangre y te produce pensamientos que recorren las cornisas del infierno y el purgatorio hasta llegar al paraíso. 'Eres mi Dante, déjame ser tu divina comedia' eso gritan las sabanas después desdibujar el ojo de un huracán sobre ellas. Le abriste las piernas para entrar en una tierra desconocida y mientras cabalgabas en el estrecho de los superiores e inferiores, te recibía una orquesta de sollozos que si bien podía ser el coro de los ángeles o el trino del diablo de Tartini. No lo comprendés. Querés estrujarla, asfixiarla al borde de la exasperación de tu miembro inferior, al límite del calentamiento de tu polo sur y a la vez saborearle la piel entre besos y lengüetazos derretidos como caña de azúcar a través del trapiche. Sus hombros te saben a la sal del mar, sus mejillas al dulce de una piña y la comisura de sus labios sonreídos por los fluidos extraídos te enternecen el pecho mientras tus dedos trazan un camino con tranquilidad sobre su dermis. No lo comprendés. Le exprimiste hasta la última gota de deseo que pudiera tener en ese pernoctar de la agonía anual, y aún así, si el sol y el calendario lo permiten, volverías a ser el maestro de su filarmónica de gemidos. No lo comprendés, no entendés pero no te importa y de pronto ya no hay más fronteras que la cuerda lateral de una pequeña prenda que rodea sus caderas y ahí te sentís tan conquistador que más que una bandera, querés clavar tu vida entera.

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