Con el calor de la brisa de la tarde y media ventana abierta para que pasen los rayos del sol del color de una hoja seca, mira el horizonte y se pierde en las montañas que no conoce y en la nube que está al lado izquierdo del cielo. Recorre las fronteras nadando por el aire y volando por los ríos hasta llegar al mar. Imaginando la vida más allá en el aquí, los poros de su piel se dilatan fantaseando con el aliento de la voz que no ha visto y los ojos que no ha escuchado hablar, personificando al tiempo para oírlo cantar, la balada de los días al pasar y el recital de las horas en una copla por minuto. Con el allá, en donde el mar cubre el confín del universo y se extiende haciendo suyo el atardecer, sueña ella con la consumación de 365 primaveras, en el calor de la brisa húmeda de una madrugada que derrite en la comisura de sus labios un beso foráneo, convirtiéndola en forastera hasta en su propia tierra.

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