Sin título.

Siempre he visto en la escritura una herramienta liberadora del espíritu, la catarsis adecuada para todas las emociones del cuerpo y del alma, pero hoy, haciendo uso de mi diario de borradores, exorcizando mis demonios y drenando el sentir mediante estas palabras, estoy odiando cuando el registro caligráfico en producto terminado se convierte en una carta en donde explotaron alguna vez la cursilería, la sinceridad momentánea que al presente hace parte de un pasado que se tiñe de mentira y el conjunto conformado por aceleradas pulsaciones que impulsaron a la acomodación de dichas ideas en un papel, un documento en word o en un mail, fusilantes si se leen meses después de la fecha original, cuando lo expresado ya expiró, y convertido en polvo se acentúa con la lluvia en las orillas del corazón, cristalizándose para que con la llegada de un viento pasajero, las paredes del músculo cardíaco sean el blanco de sus puntas cortopunzantes, camuflándose en recuerdos hambrientos y sedientos de paz, recuerdos que la mente, también débil y llena de esas palabras que ya no son verdad, deja escapar para hundirse en la decadencia de las frases de un cajón.

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