Popurrí de textos con escritos propios al lector.

No te escondas, abrázame, el miedo trae tantas cosas que nosotros tendríamos siempre que llorar. Antes que el miedo llegue y nos destruya, nos pierda, nos desbande, nos vuelva rencorosos, infelices, no te escondas, abrázame que los abrazos impregnan mi mundo de sombras y vuelvo a creer, o a intentar creer al menos. Abrázame un poco, un poco más, no me sueltes todavía que llevo encima el vacío de las paredes y de unas manos más absorbentes que el horizonte de sucesos  de un agujero negro pero al inverso, repeliendo.

En un infinito efímero huelo a vos, a tu espalda cubierta por lunares escasos que parecen una galaxia en la piel y a una mañana con olor a tabaco y mezclas de licores llamados domingo, y recuerdo una frase de por ahí y otros lados que aplico en el sonido de la puerta cuando te vas, que vamos lento porque quizá, vamos lejos.
Entonces estuve triste, terriblemente triste, porque creí de verdad un día en la felicidad. Vos comprenderás que hay palabras que no se pueden decir, porque son peligrosas. Palabras que nos traicionan cuando uno tiene que decir otras, como quédate, lo siento o tengo miedo, miedo de tu alma que revuelca la mía en la cama de ayer sin necesidad de prometer, porque no pido promesas, las promesas que se piden siempre se rompen y de esas ya tengo varias guardadas en un cofre.

Terriblemente triste porque el miedo tomo forma, se sentó en frente de mí, con tu postura cuando bebes ginebra y me hablaba quedito, bajito: “Te lo dije, las cosas malas siempre pasan y siempre serán malas aunque tomen diferente forma” y de adrede me miraba como tus ojos cansados y ojerosos, y después de un sorbo dijo “No confiés ni siquiera en vos”
Quizá yo sea la única que recupere momentos como una forma de encontrar la azulosa precisión que divide los mundos. Me lo pregunto, y sigo escribiendo sin darle importancia trascendental a este espacio, a este privado espacio que privilegia la sensación de la página en blanco. Y en ese vértigo te escribo, en ese vértigo imagino tus ojos recorriéndome en la escritura. Y, tal vez, ese momento, donde lectura y letra, ojo y corazón, voz y silencio, fuego y aire, recuperen el horizonte impreciso de aquella madrugada, aquella madrugada donde tuve un sueño de embriagada trapecista sin red, porque vos eras el mar y en él me quería ahogar.
Si querés saber que siento me despojo del temor y te digo que creía haber encontrado en esa media sonrisa, cara de luna tres cuartos, una hamaca para rescostarme y olvidarme del pasado. Tus heridas me resultaban fascinantes de sanar pero hablo en pasado porque ya no tengo claro, si has preferido seguir alimentándolas o coleccionar miradas de otras caras que te miren fijamente porque no te entienden, como hice yo en Nueva Orleans, que entre menos te sabía más te quería mirar.
Acá entre vos y yo no hay nada más profundo que se sienta que no sea miedo y las ganas de tocarnos y meternos las manos en nuestro sur, pero a mí me has dado paz en 60 días de resaca, desnudez y charlas sin acabar que ojalá continuaran y llegaran a ser más, sin saber a ciencia cierta a que podrían llegar.

No perdás el tiempo respondiendo a esto con un agujero negro o signos de puntuación que conjuguen emociones virtuales, que para el fin, serían lo mismo. Y si es que me querés buscar o a la esencia que te represento, porque vamos lento pero querés llegar lejos, en este momento estoy viajando en las neuronas de algún lector, de vos. No me busqués lejos, envíame un inbox, escribime hola que ahí estoy.

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