Volar.

A veces pasas toda la semana martillandole a la idea de la tristeza y llorando día tras día como una magdalena consciente e inconscientemente, siendo  masoquista contigo mismo. Y es que es así como a muchos les gusta vivir, dándose duro y maltratándose internamente porque la boca les tartamudea a la hora de hablar o las manos les tiembla cuando de escribir lo que piensan se trata, y en el momento de expresar el dolor a quien o a que lo causa -o no- prefieren enjaular las palabras en el vacío existencial que han creado en sus entrañas mientras las lágrimas golpean detrás de sus ojos intentando escapar. 

Confío en la palabra como modo de dar rienda suelta a la ira y al miedo, al amor y al odio, como modo de liberar en forma de ave aquellos profundos sentimientos que encadenan a una persona a ese estado de baja autoestima que la esclaviza a sentirse sola e infeliz, ave salvaje que necesita volar, expandir sus alas mientras al alzar vuelo suelta levemente aquellas plumas que le causen sufrimiento, como espinas enterradas en vez de algo que haga parte de ella, dejando en el aire las penas, teniendo como cómplice el viento que se las lleva consigo aliviando el mal sentir, para renacer como el fénix, con cada aletear, con cada palabra. Hablar. No dejes que tu ave se convierta en vergüenza, o que vuele lejos sin pronunciar palabra alguna y muera.

Todos tenemos miedo en algún momento, solo hay que armarse de volar.

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